Aventura.

En los pequeños espacios que la vida concede para una aventura se tiene un boleto reservado, siempre sin regreso, siempre una travesía solitaria, después de éste paréntesis cotidiano (del día que rompe con el siempre y juega al nunca más mientras es una vez), porque, como dice Heidegger, "lo seguro no es seguro, es terrible", hay un punto en que la caída es inevitable hacia el particular caso de la vida. En fin no podemos resignarnos al aburrimiento de la economía cotidiana, pues, por lo menos, está la apuesta por la posibilidad de un futuro impostergable. La condena inevitable por tener una existencia, de modo tal que no sea ni absurda ni peligrosa. Es decir, haber cruzado vivo la frontera del cuarto de siglo.

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